Cuando escuchamos o leemos las palabras abuso sexual o abuso sexual en la infancia es normal sentir cierto rechazo, incomodidad o malestar. Es algo que vemos horroroso, no es nada agradable, y para la persona que lo ha sufrido en primera persona es algo que despierta muchas emociones y/o sensaciones.
Según la Fundación Vicky Bernadet, el 23% de las mujeres y el 15% de los hombres han sufrido algún tipo de abuso sexual en su infancia. Estos porcentajes pueden elevarse en nuestras consultas de Psicología hasta un 50-60%. Son porcentajes ciertamente alarmantes.
El impacto y las consecuencias de un abuso sexual dependen de muchísimos factores y circunstancias, como por ejemplo, de la edad de la persona cuando ocurrió, de la persona abusadora (que sabemos que entre un 60-70% de los casos se produjo en la misma familia o entorno de la niña o niño), de la duración de los abusos, cómo se dio el abuso (muchas veces no es sólo el abuso sexual en sí, sino el abuso emocional añadido) y, al menos desde mi experiencia, sobre todo, de la respuesta del entorno, especialmente de los padres o la madre. Produce gran impacto cuando la persona que ha sufrido los abusos no es creída, acogida, apoyada o defendida. Ésta es para mí la peor parte del abuso y el factor que incidirá más y de forma negativa en el proceso.
Sabemos también que si el abuso se ha dado en el periodo preverbal, el efecto o la sintomatología sería más somática y para los psicoterapeutas quizá más difícil de trabajar o elaborar, pues hemos de recurrir a herramientas psicoterapéuticas no verbales (el cerebro izquierdo, el verbal, se desarrolla más tarde que el derecho o emocional y desde las terapias verbales es difícil acceder a la memoria emocional).
Las reacciones o consecuencias del abuso se dan, pues, a diferentes niveles: físico (trauma incide en el sistema inmunitario), emocional (depresión, Trastorno de Estrés Postraumático), cognitivo (baja autoestima, pensamientos recurrentes, dificultades de concentración, desconexión), conductuales (abuso de sustancias, desórdenes de la conducta alimentaria, autolesiones, dificultades sexuales), social (aislamiento, desconfianza) y pueden permanecer mucho más allá del fin de los abusos. Para mayor información, es muy recomendable la evidencia recogida por la Psicóloga e IBCLC Kathleen Kendall-Tackett.
Algunas de esas reacciones o consecuencias pueden provenir de otras causas, por ello es complejo y peligroso establecer patrones causa-efecto fijos. Los mismos signos o síntomas no tienen por qué tener relación con un abuso sexual.
Por otro lado, como comentábamos Diana Sánchez, presidenta de la Asociación Española de Psicología Perinatal, y yo, muchas mujeres son víctimas de micromachismos o pequeños abusos que pueden conformar todo un conglomerado que provoque aquellas reacciones u otras que indiquen desconfianza, rechazo, malestar. En este sentido es muy gráfico el artículo de Ander Izaguirre.
Muchas mujeres, a pesar de haber tenido una experiencia que hubieran deseado no haber tenido, son conscientes de ella, la tienen bien elaborada, encajada, procesada, aceptada y han podido vivir o tirar adelante sin graves consecuencias, quizá con una alta sensibilidad hacia el tema o el cuidado de otras personas.
Maternidad
Una vez, Lorena Echevarría, del equipo de Alicia Oiberman de Argentina (uno de los equipos pioneros a nivel mundial de la Psicología Perinatal) me contó que el embarazo y la maternidad son como una etapa de transparencia psicológica, donde se ponen de relieve los hechos acontecidos en las mujeres, los buenos y los malos.
¿Puede que las hormonas como la oxitocina y las endorfinas y todos los mecanismos biológicos que se ponen en marcha en el embarazo, parto y postparto nos hagan conectar de alguna manera con nuestras historias de apego y nuestros mecanismos disociativos que se dieron en nuestra historia de vida, como reacción a la reestructuración cerebral y del sistema límbico en concreto?
Cuando una mujer superviviente de abusos sexuales en la infancia se queda embarazada o se plantea su maternidad se tiene que enfrentar a su propia infancia, bien porque el ser madre le recuerda cómo fue ser hija, o por no querer simplemente que a sus hijos les pase lo mismo. Suele haber un alto nivel de exigencia por ser buena madre y hacerlo bien y mucha sensibilidad hacia las reacciones emocionales de sus bebés. Pueden necesitar mayor control sobre su propio proceso de embarazo, parto y lactancia, tener mayor desconfianza de los profesionales sanitarios o un estado de mayor alerta.
Un acompañamiento abierto, flexible, sensible, respetuoso tanto por las reacciones emocionales como en nuestros actos físicos de exploración, atento con la persona individual y de forma global y sin prejuicios, centrado en las fortalezas y recursos de la mujer es la mejor fórmula de cuidado para las supervivientes de abuso sexual en la infancia, en el fondo, igual que con cualquier otra mujer.
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