Ya sé que no os gustan las etiquetas. «El Síndrome de la Guerrera» no es ningún trastorno ni ninguna enfermedad, ni si quiera algo que haya que corregir o eliminar, ni es algo malo o bueno. Es un nombre para entender una situación muy frecuente en mi consulta y en organizaciones que conozco.
Hace mucho tiempo, y cada vez más, me encuentro con mujeres que se sienten solas, que sienten que no tienen apoyo cuando están en un momento duro, que apenas nadie les pregunta cómo están o si necesitan algo. Mujeres cansadas de tirar el carro, de proponer, de dar ideas. Suelen ser mujeres con empuje, fuertes, líderes en su profesión, en entidades, en su propia familia o su propio hogar. Mujeres empáticas, cuidadoras. Su entorno, ya sea profesional o personal o ambos, está acostumbrado a su iniciativa, a sus ideas, a que sean ellas quienes hacen y deshacen. Han tirado hacia adelante a pesar de las dificultades o las situaciones duras, son las que sacan las castañas del fuego, las que emprenden luchas eternas, aunque el resto las vea unas exageradas, unas sobre protectoras, unas idealistas. Pero, ay, cuando pasan un mal momento, cuando no pueden tirar del carro por una enfermedad o situación, o simplemente cuando se sientan por fin y se dan cuenta que están agotadas. A veces se quejan del resto, que no responden como ellas, que no se dan cuenta de cómo están, que no reaccionan. Han cultivado un rol en las mentes de todos, hasta de ellas mismas, de que pueden, pueden con todo. Y es verdad. Quizá simplemente porque, como dice esa frase que corre por ahí, no han tenido otro remedio que serlo. Pero como digo siempre, los cuidadores necesitan ser cuidados, para cuidar hay que cuidarse. Y tanto tirar y tirar hacia adelante nos olvidamos de ese espacio de cuidado.
Muchas veces les propongo, sabiendo que quizá cueste mucho tiempo, buscar ni que sea una hora para ellas. Una hora de no hacer nada, de pasear, de hacer deporte, de ir a la naturaleza, de un masaje, de un café en una terraza sin prisas. Muchísimas veces el espacio de terapia es su espacio, donde se encuentran con ellas mismas, donde están en paz y sintiéndose cuidadas. Otras, si son madres, es volver al trabajo remunerado, o tener un espacio de formación. O un rato para bailar o cantar o volver a ser niñas. Otras requerirá un trabajo más intenso de aprender a decir que no o a pedir ayuda. De prestar atención a aquella niña que tuvo que tirar adelante, que cuidó de sus padres cuando no tocaba, que fue más madura que el resto. De mirar la niña. De cuidarla, de abrazarla.
Yo les llamo GUERRERAS, así, en mayúsculas. Porque muchas veces son las innovadoras, las rompedoras, las críticas. Siempre peleando. Y entonces les hablo del descanso del guerrero (en este caso, guerrera, porque como digo, son la mayoría mujeres). Hasta la persona más fuerte necesita un descanso. Y les digo que las entiendo, que sé lo que cuesta, que entiendo su soledad. Porque yo también soy guerrera. Con mis alas, mi arco, mis flechas y mis libros.
© Cristina Silvente
(Litografía de una ilustradora Sudafricana que no he encontrado el nombre, comprada en el Watershed de Cape Town).
Cristina, no sabía que tenías un blog. Me encanta este artículo porque yo tambien soy Guerrera; pero como bien dices «el descanso del guerero» es necesario y por mi experiencia personal te digo que si las Guerreras no nos damos ese descanso, la vida misma te obliga a dártelo de una manera u otra. Dos caídas con sus roturas correspondientes me ha tenido «descansando» casi dos años y el aprendizaje ha sido: tiempo para mí, vida sin prisas y disfrutar de cosas tan sencillas como el pasear, cosa que nunca había hecho y muchas otras cosas.
Te felicito y me felicito por haberte encontrado porque no es lo mismo lo que se comenta en el FACE que lo que se escribe en el blog persona. Un abrazo
Gracias, Amparo! Tienes razón que si no lo haces, la vida te obliga a descansar. Yo me cuido para dar ejemplo 😉. Un abrazo!
Que razon tienes en lo que has escrito….he visto trozos de la vida explicados en lo que dices….
Buenísimo artículo, gracias por compartir y ponerle un nombre a esa sensación que a veces atenaza fuerte por dentro… 🙂