Existe una queja casi unánime en mi consulta en los casos de duelo por la pérdida de un ser querido, de la cual he sido más consciente recientemente al haber pasado personalmente por una pérdida: pasados los primeros días de la noticia, nadie te vuelve a preguntar cómo estás ni te vuelve a nombrar a la persona que murió.
Casi desde que tengo memoria me ha interesado el tema de la muerte: primero de una manera más espiritual o filosófica: por qué morimos, cómo morimos, qué hay después de la muerte, a dónde va nuestra consciencia, y luego, una vez en la carrera, de la mano de mi profesor Ramón Bayés, empecé a saber cómo eran los procesos de muerte, y lo que era la atención en cuidados paliativos desde la Psicología. Hace casi 20 años que empecé a formarme en duelo y actualmente es una de mis especialidades más notables.
En los procesos de duelo hay una necesidad imperiosa de honrar la memoria de quien murió. Al principio parece imposible aceptar que esa persona no volverá a estar nunca más. Luego vas pasando por la rabia y la tristeza, a la par o una primero, luego la otra, y luego, vuelta a empezar. A veces incluso sonríes al recordar a la persona, por pequeña que parezca: incluso estando en el vientre materno, sentiste cosas bellas que te vienen a la memoria. Muchas personas hablan de lo importante que fue, de lo que te enseñó, a veces la pérdida en sí te trae cosas que ni imaginaste. Pero se vuelve un proceso en solitario, a veces incluso en la más estricta intimidad, muy adentro de tu ser.
«Mis compañeros de trabajo no me preguntan, algunos ni siquiera me hablan» me dicen muchas veces en consulta. El tema de la muerte sigue siendo tan tabú en nuestra cultura. Le tenemos tanto miedo que a veces parece que no hablar de ello, que no pensar, nos va a salvar. Y no. La muerte siempre está, la muerte siempre llega. Y, ¡zas! Nos da un buen susto, nos produce un gran shock cuando llega. La mayoría de nosotros crecemos sin saber qué es, y, por supuesto, sin saber qué pasa cuando una persona muere, cómo nos sentimos, y, por ende, no sabemos qué hacer y qué decir cuando otra persona pierde a un ser querido. Y en este no saber, nos bloqueamos y callamos. O pensamos que le haremos un bien no recordando, no haciéndole pensar en algo que vemos tan doloroso. La vida continúa, el show debe continuar.
Y es todo lo contrario. La persona en duelo no se ha olvidado. Y tampoco quiere olvidarse. A veces se sorprende cuando llega un día que no ha pensado, y se siente extraña. Otras, cualquier cosa le puede hacer recordar: una canción, un paisaje, una palabra, la pérdida de otra persona nos recuerda la nuestra propia. Recordar es mantenerla viva, recordar es hacerle inmortal. Por eso, todos los rituales en honor a la persona perdida son tan importantes y tan sanadores: nos hacen honrarle, nos hacen mantener su espacio, aunque sea en la memoria, en nuestro corazón (¿en nuestro sistema límbico?). El dolor, si está, seguirá estando, preguntemos o no, hablemos o no. Más bien, el no preguntarles de nuevo cómo están, el no querer hablar del tema, les produce más, y, generalmente, mucha rabia.
Por todo ello, si quieres ayudar a la persona que ha perdido un ser querido: pregúntale cómo está, aunque hayan pasado meses. Si no quiere hablar, te lo hará saber, pero seguramente agradecerá infinitamente que hayas pensado en ella. A lo mejor te sorprende que hable naturalmente de la persona muerta, señal que ocupa su lugar. Muchas personas en duelo les gusta contar anécdotas de su persona perdida, una vez ha bajado el dolor. Es recordar lo importante que eran, lo importantes que han sido. Es honrar su memoria, es hacerles inmortales.
Me ha encantado. Efectivamente, la muerte está en el olvido.
Gracias, Mamá Libélula!
Hola Cristina.100% vivido a como explicas.